Bueno, pues como lo prometido es deuda, aquí va una más de las tantas que aún quedan hasta completar el año. Siguiendo la línea decadente de todo el libro, un poema que habla de nuestra insignificancia en comparación con la gran masa de agua y tierra que es este mundo y de nuestro anhelo (el del ser humano), por encumbrarnos en el epicentro de la Creación.
Espero que os guste.
XVI
Es este mundo una máquina atroz,
Criatura feroz
De alma resuelta;
Bola que rueda constante y veloz
Y en compás ulterior
Los ciclos desvela;
¿Y qué papel representamos nosotros,
en todo este entramado,
formando parte de ella?
El polvo extenuado,
la raza imperfecta,
la piel desechable
que alienta sus giros
y queda a su paso
decrépita y muerta;
Aquella de que su cuerpo se deshace,
por serle inservible,
vuelta tras vuelta;
Y nosotros aún nos creemos importantes,
parte esencial de esta cínica esfera,
y así inventamos el alma inmortal
que todo lo puede y por siempre se queda…
Tan grande es nuestro pesar,
tan ínfima nuestra existencia,
que dejamos a un lado al ser racional
en pos del designio de esta creencia.
Todo por no aceptarnos como somos,
cuán vana es nuestra sutileza.
Que si hubiera en verdad un Dios inmortal
tal vez nos dijera con toda firmeza:
¿Quién crees que eres?
Barro miserable,
¡molécula enferma!
Yo soy la razón,
yo soy la verdad,
y tú no eres más
que una efímera siembra;
El tiempo en mi mano
se expresa fugaz,
y tú eres la faz
de una esquirla que tiembla;
La astilla que asoma
su vientre tenaz,
el hambre voraz
que muerde tinieblas;
Mi mano es la mano
que te ha de aplastar.
El soplo mortal
que mueve la rueda…
Me agrada y alegra muchísimo leer cosas tuyas . Un abrazo
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