La ciudad de Cetrería tiene una maravillosa ubicación. Se encuentra apostada sobre un balcón natural de rocas ígneas, a una considerable altitud, en la cara oeste de la montaña Encendida, una de las más altas montañas que forman parte de la cordillera de la Lágrima Azul. El lugar es frío durante la mayor parte del año y el clima solo es más apacible durante los días de verano. Y, aunque primavera y otoño son estaciones llevaderas, los inviernos son extremadamente intensos. La nieve cubre casi totalmente la población durante esta época y las hogueras de la ciudad apenas tienen jamás un respiro. Alguien que pasara por los valles Agrestes, que se extienden vastamente al occidente de la cordillera, al echar la vista hacia lo alto de la montaña, vería durante el día lo que desde la distancia se antoja una inmensa llama con una enorme cubierta blanca que parece proteger el fuego y los juegos de luz que matizan el blanco nacarado de las nieves al resplandor de las hogueras. Luego, cuando el sol comienza a declinar y se aproxima a esconderse más allá del mar de los Desvanecidos, sus rayos ornan la ciudad viniendo a sumarse a las llamaradas de las lumbres, confiriendo a las nieves que caen sobre Cetrería una aureola cobriza y dorada, semejando así una lámpara incandescente bien bruñida que alumbrase atemporal y perdurable o un faro incombustible que iluminase al navegante de estas tierras con un fulgor que surgiese del corazón de la montaña, cual si esta tuviera una luminosidad propia y una vida inherente y perpetua. De ahí que también se conozca a Cetrería como la Lámpara de Oriente. Al llegar el alba, el fulgor de las luces azulea la nieve, y así despierta la ciudad envuelta en un nimbo añil que hace palpitar el corazón de los certeros.
Las crónicas del Bosque Nublado
Volumen II
